Tradicionalmente, en la universidad, cuando un profesor encargaba una tarea a sus alumnos, éstos se hacían la pregunta: "Esta tarea, ¿es verdaderamente formativa para mí o no?" No era fácil contestarse a esa pregunta, por lo que se tendía a confiar en el criterio y autoridad del profesor que la asignaba. Esta mentalidad del alumno ha ido evolucionando: de la confianza, real o impostada, en el profesor se ha pasado a la elaboración de un primitivo criterio propio, basado en la comodidad: "¿Es la tarea que se me asigna cómoda o incómoda?" Sólo las tareas cómodas son atendidas. La pervivencia de este "criterio de máxima comodidad percibida" ha favorecido el despuntar de ese cáncer educativo denominado "innovación educativa" (IE), industria camelo-académica orientada a lograr, mediante la disimulación, la banalización y la estafa, que las tareas educativas sean consideradas cómodas por los alumnos.
Hoy, en el amanecer de la "era ChatGPT", el "criterio de máxima comodidad percibida" se ha recrudecido. Ya no hay tareas cómodas o incómodas; sólo tareas "chatgpteables" o "no-chatgpteables". Las segundas son calificadas como de "extrema complejidad" por los alumnos, y resultan inasumibles para quienes han echado sus muelas intelectuales en entornos adecuadamente "gamificados". De los lodos de la IE al barro de la IA.