El ser humano, desde el Génesis, ha querido ser independiente de Dios. Sin embargo, Dios nunca ha dejado de buscar su libre conversión. Al hombre sólo le pide un gesto mínimo: colocar su mano en la manilla y entreabrir una puerta, la del arrepentimiento. Del resto se encargará la Gracia.
El mundo ve, cada vez más, ese mínimo gesto como algo radical y fundamentalista. En efecto: es la vía de acceso a una vida nueva.