Nos hacemos discípulos de Cristo como respuesta a su llamada a amarle ahora y por siempre, pues para eso fuimos creados.
Ser discípulo supone la conversión del corazón, un cambio de orientación de la vida, en todos sus aspectos, hacia Cristo. El discípulo se alimenta de los sacramentos, forma parte de la Iglesia, y se reconoce siempre guiado por la acción del Espíritu Santo en su interior.