Cuando se trata la cuestión de la eutanasia, dos son las aproximaciones de quienes se muestran favorables a este supuesto acto de "soberanía personal". Por un lado, la aproximación de quien se quita de en medio para "no ser una carga" para los demás. Por otro, la de que quien, por soledad o desesperación, no encuentra sentido a su vida en un determinado momento. Me centro ahora en la primera.
En nuestra sociedad, uno se considera "carga" cuando no puede reciprocar adecuadamente lo que recibe. Se asume, con ello, que nuestra existencia, que se ha entendido como eminentemente "transaccional", deja de ser posible, pues carece de la capacidad para "generar valor". Encuentro que esta aproximación responde a una antropología defectuosa, de corte utilitarista.
Recordemos que la persona lo es por ser criatura, y, como tal, creada para la relación (que no transacción). Nuestro diseño relacional supone la dependencia mutua en todas las etapas de la vida. Que sea mutua no quiere decir que sea simétrica en grado. Pues bien, la llamada autonomía personal es una seducción maligna que no responde a nuestro diseño. Nunca podremos reciprocar el amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros. No lo merecemos.
Por tanto, pensemos que ser "carga" es convertirse en la ocasión para que otro nos ame no-transaccionalmente: como el samaritano amó, como Cristo nos ama.