La hiperpolítica es la política reducida a producto para el consumo emocional. El buen ciudadano debe preocuparse mucho, pero mucho, por montones de cosas sin importancia real, que son adecuadamente servidas por los medios de comunicación cada día, sin parar un instante. El objetivo es que nos preocupemos, pero nunca que actuemos, quizás porque la mayoría de las cuestiones que diariamente se nos sirven en nuestro menú-espectáculo han sido específicamente diseñadas para ser inactuables. Las cuestiones importantes, por actuables, se ocultan del menú-espectáculo. No existen.
Como todo el mundo sabe, el espectáculo requiere de dramatismo. Asomarse hoy a un telediario es sumirse en infografías basadas en datos ultraimpactantes, imágenes deslumbrantes, ritmos frenéticos, músicas pomposamente absurdas que no hacen sino subrayar la banalidad del conjunto. Resulta reveladora la innovación de que los presentadores, todavía humanos, dialoguen de pie entre ellos en un ridículo teatrillo.
Parece aconsejable salirse de esto. Háganme caso. Por higiene. Vayan más a Misa.