Con frecuencia, en el arte Dios es representado como un ojo que todo lo alcanza. Existe el riesgo de ver en ello una amenaza vigilante, una presencia incómoda al ejercicio de la libertad que lleve al hombre a intentar "vivir sin ser visto". Alternativamente, es posible ver en esta constante presencia divina una compañía imprescindible, un amor creador que espera siempre.