9/1/23

El dolor y la intimidad divina

Un dolor, cualquier dolor, es como el toque de campana que llama a la esposa de Dios a la oración. Cuando la sombra de la cruz aparece, el alma se recoge en el sagrario de su intimidad y, olvidando el tintineo de la campana, te «ve» y te habla. Eres tú, que vienes a visitarme. Y yo te respondo: «Heme aquí, Señor. A ti te quiero, a ti te he querido». Y en este encuentro mi alma no siente su dolor, pues está como embriagada de tu amor, invadida por ti, impregnada de ti: yo en ti y tú en mí a fin de que seamos uno. Y luego vuelvo a abrir los ojos a la vida –a la vida menos verdadera–, divinamente aguerrida, para librar tu batalla.

Chiara Lubich: "Meditaciones", Ciudad Nueva, 2006.