10/5/22

Orden

 El P. Iraburu, con ocasión de la fiesta de san Juan de Ávila:

Mostramos un ingenio creativo difícilmente superable para organizar reuniones, encuentros, congresos, centenarios, días, años, grupos, revistas, redes sociales, y para establecer delegaciones, institutos, vicariatos, comisiones, secretariados, centros, cursos, cursillos, estadísticas, retiros, etc.

Eso sí, no conseguimos dar vida a los Seminarios sacerdotales y a los Noviciados religiosos. La devaluación del sacramento del Orden es tan grande, que apenas hay vocaciones sacerdotales. Y del mismo modo, la devaluación de la vida religiosa, consagrada en los consejos evangélicos, va cerrando conventos uno tras otro y manteniendo las nuevas vocaciones religiosas en números mínimos. Algunos, «partiendo de la realidad», o si se quiere, «leyendo los signos de los tiempos», llegan con optimismo a la conclusión formidable:

“¡Es la hora de los laicos!”, dicen algunos

Pero pensar que la desaparición de los sacerdotes y de los religiosos pueda traer consigo una promoción espiritual nueva de los cristianos laicos implica una gran ceguera en la fe. Por supuesto, la Providencia divina puede, en su infinita misericordia y caridad, suscitar laicos heroicos que añadan a la familia, al trabajo y a sus deberes sociales, como fermentos en la masa, las labores pastorales necesarias para suplir en lo posible la escasez, a veces total, de sacerdotes y de religiosos. Lo vimos, por ejemplo, en el pueblo cristiano del Japón, que se mantuvo en la fe durante siglos sin sacerdotes, sin eucaristía, sin penitencia sacramental.

Pero en general no es ésa la previsión verdadera y prudente, pues no asume la enseñanza y profecía del Señor: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mt 26,31; +Zac 13,7). Nuestro Señor Jesucristo quiso y fundó la Iglesia como un rebaño congregado, enseñado, santificado y dirigido por pastores sacerdotales, sacramentalmente potenciados para tan altos ministerios.

La Iglesia, para mantenerse viva, necesita sacerdotes, laicos y religiosos. El Concilio Vaticano II expresa muy bien esa gran verdad. Y no puede subsistir la Iglesia si permanece largamente sin sacerdotes, sin Eucaristía, sin el sacramento de la penitencia. El caso citado del Japón es una «excepción muy excepcional» en la historia de la Iglesia. Pero la ausencia de sacerdotes en el Japón fue debida a una persecución insuperable, no a la falta de fe en el sacramento del Orden, que es la causa principal de esa carencia, tal como se va dando en tantas Iglesias locales, afectadas por el inmenso error de Lutero.