El tecno-optimismo, tal y como ha sido formulado por autores de éxito, como Noah Harari, parte de la siguiente premisa: nuestros problemas como especie no deben asumirse como fatalidades, sino como desafíos manejables, "solucionables". De acuerdo con este esquema, el mal es evitable y la muerte terminará siendo opcional, una vez hayamos afinado lo suficiente el "hardware" para dar el salto transhumanista. Se cree, de manera ilusa, que vivir eternamente es lo mismo que la vida eterna.
Vivimos tiempos que parecen refutar este tecno-optismismo, y se adivina, tras él, la angustia del hombre que, en lugar de convertirse, se moviliza para buscar un culpable.