Una de las características más singulares del cristianismo, y no siempre bien reconocidas, es que Dios siempre está ahí, buscándonos. Por eso su pregunta es siempre la misma: “¿Dónde estás?”. Y no porque no sepa dónde estamos, sino porque nosotros no sabemos dónde estamos, ni hacia dónde vamos cuando el pecado y la vergüenza nos hacen huir del Único que puede sanarnos.