Esta dimensión mística de la alegría no excluye una dimensión ascética: debemos cuidar y custodiar la alegría que, como gracia, hemos recibido. Para ello, la Iglesia, en su sabiduría, nos insta a ser constantes en la oración y en la acción de gracias, y en mortificar nuestros sentimientos, nuestras apetencias y nuestros caprichos, para que no condicionen nuestra alegría profunda.
El compromiso de un cristiano, especialmente en Navidad, debería ser llevar su alegría a un mundo que está triste porque se aleja de Dios.