[Un general coreano] muerto y juzgado, fue destinado al paraíso, pero cuando llega ante san Pedro, le viene un deseo y lo expone: meter antes la nariz en la puerta del infierno, sólo para hacerse una idea de aquel lugar de tristeza. "De acuerdo, concedido", responde san Pedro.
Se asomó entones a la puerta del infierno y vio una sala inmensa, llena de largas mesas. Había en ellas muchas escudillas con arroz cocido, bien condimentado, aromático y apetitoso. Los comensales estaban sentados, hambrientos, dos para cada escudilla, uno enfrente del otro. ¿Y qué? Pues que para llevarse el arroz a la boca disponían ---al estilo chino--- de dos palillos, pero tan largos que, por muchos esfuerzos que hicieran, no llegaba ni un grano a la boca. Este era su suplicio, éste su infierno. "¡Me basta con lo que he visto!", exclamó el general; regresó a la puerta del paraíso y entró.