No es infrecuente que, a quienes defendemos que la vida humana debe preservarse desde la concepción, se nos acuse de "fundamentalistas". En cierto modo lo somos. Somos fundamentalistas de la vida, en tanto que creemos que este respeto a la vida es fundamento antropológico.
Esta acusación de "fundamentalismo" se extiende sobre quienes creemos que sólo hay una familia, la compuesta por el padre y la madre del individuo, entendida como el hábitat natural del ser humano. Es curioso que, en ocasiones, estos mismos que nos acusan de "fundamentalistas" son capaces de verdaderas heroicidades por la defensa del hábitat natural de las focas, de las ballenas o de las chinches del Amazonas, pero no del de la especie a la que pertenecen. A estos ecologistas habría que recordarles que sintetizar un hábitat artificial, sustitutorio del natural, es montar un zoo.