El hombre está llamado a la trascendencia, a la comunión con Dios, a través de un proceso que comúnmente denominamos santificación. Santificarnos conlleva desarrollar nuestra vida espiritual, cuyo núcleo es la oración.
Idealmente, nuestra oración debería ser continua. Deberíamos referir a Dios, Dueño y Señor de la Creación, todo lo que hacemos ordinariamente; pero, en la locura en la que hemos convertido el mundo, casi nunca reunimos las condiciones de paz, soledad, silencio y tiempo necesarias. Los monjes, quizás quienes más cerca estén de este ideal orante, se someten a reglas que, en el restringido entorno monacal, facilitan la oración continua, la contemplación.
La misión de la Iglesia es que los hombres se salven. Para ello, ha de señalar aquellos aspectos concretos de la actuación del hombre sobre el mundo que están desordenados, y proponer acciones de cambio mediante estructuras sociales que guíen a los laicos, desde el mundo, hacia su santificación. Estas propuestas, a lo largo de los tiempos, constituyen la Doctrina Social de la Iglesia.