Un gran enemigo de Dios es la precipitación. Una ansiedad que impide a los hombres vivir el presente con sosiego y quietud. A veces les parece que deben estar o llegar a todas partes y que todo el tiempo del mundo es poco para realizar sus planes. Les estorban ---incluso--- los otros, porque los entretienen más de lo que están dispuestos a concederles; así las relaciones se hacen cada vez más pobres, no hay tiempo para escuchar y hablar con sosiego. El ateísmo de muchos está precisamente en que no tienen tiempo para Dios, no quieren tenerlo.
Esta fiebre de moverse puede tener apariencia de eficacia, pero son mucho más efectivas la quietud, la paz, la vida intensa en el lugar que corresponde. Con este ímpetu por hacer no se alcanza el momento de estar con Dios. Se puede caer en la trampa de la prisa y no saber parar y hablarle pausadamente.
Sin embargo, pacientemente Jesús nos espera.
Francisco Fernández Carvajal: "El misterio de Jesús de Nazaret".