Las nuevas generaciones tienden a ser seculares y, en gran medida, antifamiliares, en su sentido antinatalista. De hecho, formar una familia se percibe como una agresión al individualismo narcisista predominante, motor vital de las mencionadas generaciones.
Realmente formar una familia resulta incompatible con el individualismo narcisista. Para los pocos que se atreven, puede resultar muy duro, tanto que les haga concebir la idea de que quizás sólo sea posible con ayuda "externa": con fe en la acción providente de un Dios personal y cercano.