El matrimonio determina un ámbito, la familia, en el que, de manera natural, se enseña a los hijos lo que es el amor, y cómo éste debe vivirse. Así, cuando sean adultos, sabrán amar bien.
En este sentido, los padres en una familia son como exploradores, que van por delante de los hijos en el tiempo, pero junto a ellos en el espacio. Recorren conjuntamente un "territorio emocional" que los hijos tendrán que recorrer de nuevo como padres de sus propios hijos. Por eso el divorcio es un gran drama social, pues rompe esta cadena: los padres dejan de explorar conjuntamente el territorio, dejan de servir a sus hijos para servirse a sí mismos. Siguen amando a sus hijos, pero dejan de poder testimoniarles el valor de la vocación matrimonial.