Aislados de Dios, nos colocamos en el centro del universo, y tratamos de alcanzar la paz mediante el control de nuestras vidas, en las posesiones y el placer. Estos ídolos sólo producen una gratificación fugaz e inestable, antesala de la ansiedad y la angustia, que nos hacen dudar aún más de que a Dios realmente le importemos. ¿Cómo salir de este círculo vicioso? Sólo hay una vía: Volver a Dios, buscar su rostro.