Muchos de nosotros tendemos a creer que, si tenemos suficiente fe, o si rezamos con la intensidad suficiente, Dios nos sanará de la enfermedad, nos hará concebir por fin ese hijo que tanto deseamos, o rescatará de las garras de la muerte a ese ser tan querido para nosotros. Sin embargo, Dios nunca nos ha prometido prosperar de acuerdo con los estándares del mundo. De hecho, si leemos atentamente el Evangelio, los cristianos debemos tener la expectativa de una vida con sufrimientos inexplicables.
La vida cristiana es siempre un desafío: experimentar la unión con Cristo, mientras vivimos en un mundo sumido en el pecado. No hay garantía de prosperidad. Sí de vida eterna.