Recibo la noticia de que se ha redactado un manifiesto, al que es posible sumarse aquí, en contra de la tramitación en el Congreso de una ley que pretende legalizar la eutanasia en España. El lema de dicho manifiesto es: "Eliminar el sufrimiento sí, pero eliminar al que sufre no. Detengamos la ley de la eutanasia".
Vaya por delante que desconozco la redacción de dicha propuesta de ley, y que mi posición es contraria al hecho eutanásico. Pero me sorprende que en el lema se considere prioritaria la "eliminación del sufrimiento". ¿Debe ser nuestro objetivo la eliminación del sufrimiento?
Como católico que quiere serlo conscientemente, la sola mención de la palabra sufrimiento me hace dar un paso atrás y mostrar una actitud reverencial. El sufrimiento es la vía que Dios eligió para nuestra redención, realizada mediante la cruz de Cristo, en un misterio intangible. En la tradición católica, sufrir significa hacerse particularmente receptivo a la acción de la las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a toda la humanidad en Cristo.
Cristo reprende severamente a Pedro cuando éste quiere hacerle abandonar los pensamientos sobre el sufrimiento y sobre la muerte de cruz (Mt 16, 33; Jn 18, 11). Y las palabras de Cristo en Getsemaní no ofrecen duda sobre la verdad del amor en el sufrimiento (Mt 26, 39, 42). Tampoco escondía Cristo a sus oyentes la necesidad del sufrimiento: "Si alguno quiere venir en pos de mí... tome cada día su cruz" (Lc 9, 23).
En su carta apostólica "Salvifici Doloris: Sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano", de 1984, Juan Pablo II dice lo siguiente:
Por tanto, si el sufrimiento, para el cristiano, tiene un sentido salvífico, ¿cómo ha de ser nuestra misión "eliminarlo"? |
Pero tampoco cabe una actitud pasiva ante el sufrimiento humano. Al contrario, la parábola del buen Samaritano nos muestra que el camino a seguir en la perfección cristiana pasa por desarrollar nuestra sensibilidad ante el prójimo y su sufrimiento, salir a su encuentro, amarle en su sufrimiento. Además, conviene no perder de vista que el sufrimiento tiene el poder de hacer nacer obras de amor en los que ven transformado profundamente su corazón por el sufrimiento ajeno. En definitiva, Cristo nos enseña a hacer bien con el sufrimiento y a hacer bien a quien sufre.
Y os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo.