Una constante del hombre es crearse sistemas de seguridad que le protejan de la incertidumbre, del miedo. Queremos tener graneros cada vez más grandes, en los que almacenar cada vez más grano. ¿Para qué? Para buscarnos a nosotros mismos, para servir a nuestra voluntad. Pero la vida que se nos ha dado no admite "seguros a todo riesgo". Como consecuencia de ello, esta idolatría de la seguridad termina traduciéndose en prisas, estrés, tensiones, precipitación y tristeza. ¿No es esta la condición dominante del hombre actual?
Por el contrario, el hombre libre de apegos mundanos está lleno de la paz de Dios. Sabe que sus fuerzas nunca serán suficientes, que precisa de la gracia para poder hacer la voluntad de Dios. El hombre que así espera recibir todo de Dios no echa raíces en la vida temporal. ¿Para qué? Tiene la seguridad que da la fe madura. Se santifica.
[Parcialmente inspirado por el libro de Tadeusz Dajczer: "Meditaciones sobre la fe", 1994.]