20/8/17

En medio de una soledad poblada de aullidos

Contemplar las frenéticas carreras de la gente por llegar a todo lo que pide la sociedad es estremecedor. Corren y corren, pero siempre dicen que no llegan a nada. ¿Quién les azuza? ¿Quién les azota con su látigo para que no se detengan? Hay que trabajar, hay que ascender, hay que ir de vacaciones. Es por los niños. ¿Seguro? Lo que para el mundo es lo importante, hace descuidar lo que verdaderamente importa. Mira a tantos padres que sólo ven a sus hijos cinco minutos antes de que se vayan a dormir, y eso día tras día. Por el miedo, porque hay que trabajar tanto. Dicen que una de las cosas de las que más se arrepienten los que están a punto de morir es de haber trabajado tanto y haber descuidado a la familia. Tienes que ser perfecta, guapísima, siempre joven, una excelente profesional, una madre que cocina "cupcakes" al volver del gimnasio. Corre, corre, corre. Corre para no llegar a nada. Es horrible el miedo a no ser como te dice la sociedad. Corre, ¿hacia dónde? Hacia Mordor o hacia Insegard, es lo mismo. Corre para ser el primero, para alcanzar la felicidad que te promete el obedecer las órdenes del mundo. Si el mundo dice que hay que correr así, será porque eso es lo que da la felicidad. Corre; si es necesario pisar a otro, písalo, que no te arrebate el premio del mundo. Corre; el látigo que te azuza es el miedo, el terrible miedo al sufrimiento y a la muerte. Corre entre envidias, odios, venganzas y violencias; hay que llegar a todo para no llegar a nada. Si te cansas, bebe del licor de los orcos, aliénate, emborráchate con su misma bebida, así podrás seguir corriendo y ser como ellos. Mira a los jóvenes, llenos de tatuajes y de "piercings", tienen la necesidad de adornar su cuerpo porque el mundo les ha dicho que es lo único que tienen. Que sólo son un cuerpo, que no existe el alma, ni el cielo, ni el infierno, ni nada. Sólo un cuerpo. Entonces habrá que darle culto a ese cuerpo, habrá que embellecerlo, pintarlo, marcarlo, porque no soy más que carne. En los casos más extremos, mira cómo se parecen estos jóvenes a los orcos, su piel llena de heridas, de pendientes, de incisiones. No existe el alma, no existe nada. Sólo mi cuerpo que malvive en medio de una soledad poblada de aullidos.

Diego Blanco Abarova: "Un camino inesperado", Encuentro, 2016.