Nadar
Tengo ganas, estoy tentado, de ponerles la mano bajo el vientre para sostenerlos en mi ancha mano, como un padre que enseña a nadar a su hijo en la corriente del río, y que está dividido entre dos sentimientos. Pues, por una parte, si le sostiene siempre, y si le sostiene demasiado, el niño se confiará y nunca aprenderá a nadar. Pero, por otra, si no le sostiene en el momento justo, ese niño beberá un mal trago.
Así yo, cuando les enseño a nadar en sus pruebas, también estoy dividido entre esos dos sentimientos. Pues, si los sostengo siempre, y si les sostengo demasiado, nunca sabrán nadar ellos solos. Pero, si no les sostengo en el momento justo, esos pobres hijos quizás beban un mal trago. En eso está la dificultad, que no es pequeña. Y esa es la doble cara del problema: Por una parte, es preciso que consigan la salvación por sí solos; por otra, no deben dar un mal trago tras sumergirse en la ingratitud del pecado. Tal es el misterio de la libertad del hombre: Si lo sostengo demasiado, expongo su libertad; si no lo sostengo suficientemente, expongo su salvación.
Charles Péguy,
El misterio de los santos inocentes.